Ale Echávarri – Table by Me.
Me declaro una enamorada de las velas en todos sus formatos. No solo es su luz, sino también observar cómo flamea su llama, me alucina y relaja. Literalmente parecen bailar. Con ellas se crea un ambiente cálido, mágico, que favorece la intimidad y conversación.
Un poco de historia... Hace unos cincuenta mil años, el hombre de Cromañón, descubrió que una mecha se podía mantener ardiendo si se la alimentaba con grasa animal. Fue la luz de la vela una de las primeras que iluminaron la Edad de Piedra.
Posteriormente, entre los siglos XIII y XIV a.C, fueron los egipcios, quienes las hicieron con ramas embarradas con sebo de bueyes o corderos. El problema era que tenían un olor desagradable.
Las velas, tal y como las conocemos hoy, comenzaron a fabricarse en la Edad Media, con sebo y cera de abeja. Y solo hasta el siglo XVIII se empleó esperma de ballena, logrando velas más luminosas y sin olor.
Fue en 1850, a partir del descubrimiento del petróleo, qué comenzaron a fabricarse con parafina.
Hoy en día las velas se fabrican con ceras vegetales (soja, palma, coco), animales (abejas) o parafina (la más habitual en la actualidad).
Este tipo de iluminación crea magia en la mesa. El iluminar la velada a la hora de comer ha sido y será siempre un “must”.
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