Columna de Cristián Arriagada
Hace unas semanas tuve la suerte de visitar la exposición Los Cipreses de Van Gogh en el Metropolitan Museum de Nueva York. Después de un largo rato circulando por la sala que albergaba algo así como 40 de sus más impresionantes obras relacionadas con la naturaleza y su interpretación artística de estos maravillosos árboles, me encontré con un fragmento de una carta que le escribió a su hermano Theo Van Gogh en 1889, “los cipreses aún me preocupan… porque me llama profundamente la atención que nadie aún los ha hecho como yo los veo”. Esas palabras escritas desde el asilo donde voluntariamente se internó para tratarse por sus problemas psiquiátricos, denotan una de sus cualidades más reconocidas como artista, su resiliencia y la búsqueda por la perfección profesional. Pero, además, para mí se hizo evidente algo que siempre ha resonado en mi mente, y es la subjetividad de la belleza y su experiencia artística. Al día de hoy esa frase da vueltas en mi cabeza, cómo es que uno de los artistas más importantes de la historia dudaba de su capacidad de plasmar en la tela lo que en su imaginación veía tan claramente. Meses después Van Gogh pintaría Campo de trigos con cipreses, la que es hoy una de sus obras más reconocidas.
Instagram @drcristianarriagada
@made_esthetic
Fotografía: Doris Cancino